Cualidades del reclamo

  • Unir a su perfección física, docilidad y simpatía.
  • Colocarse en la jaula erguido, sin descomponer su figura por ninguna circunstancia.
  • Espontáneo para salir cantando nada más dejarlo caer en la canastilla, haga buen o mal tiempo, oiga o no ‘campo’, haciéndolo de recibo, por si hubiese alguna perdiz montaraz en las inmediaciones.
  • Repetir las salidas, de cañón o jácara, hasta que la jaula comience a inquietar, ‘pintando’ la jaula y como diciéndole al cazador: “quítame de aquí porque no hay interlocutoras en jurisdicción”.
  • En los escarceos, con preguntas y respuestas con las perdices del lugar, deberá quedarse siempre por encima de aquéllas.
  • Utilizar la amplia gama de músicas que conforman el repertorio de los perdigones para atraer a las requeridas, pero sin caer en la monotonía, mezclando embuchaos, piñones y algún ronquío, adecuándolos a lo que demandan las campesinas.
  • Ser valiente con las valientes y suave y blando con las campesinas pusilánimes.
  • Recurrir al titeo, cañamoneo o llamada a comedero tanto para los machos como las hembras, escamosas o relojeras, para entrar en la plaza. Este recurso supremo es infalible.
  • Quedarse en el ‘humo’ cuando suene el traquío y no incomodarse si alguna víctima queda aleteando, para lo cual es primordial disparar cuando la jaula esté curicheando.
  • Terminar el celo con la misma tónica que lo inició, aunque cace todos los días, mañana y tarde. En conclusión: dialogar con el ‘campo’ para satisfacción propia y la del cazador.

 

Premisas exigibles al cazador

  • Adquisición y cuidado de los reclamos. Aunque diversos lugares tienen fama, de cualquier procedencia, sean de campo o de granja, podemos obtener perdigones fenómenos, excelentes, mediocres y malos. Pero quien ha de hacerlos buenos o malos es el cazador, habida cuenta que es la ‘pólvora’ bien empleada la determinante.
  • El cuidado ha de ser esmerado, especialmente durante la muda, cuyo proceso biológico les produce inapetencia, pagándolo algunos con la muerte. Tenemos que instalarlos en espacios amplios, con la máxima higiene: poner una parte de tierra de labor, otra de arena de río limpia y la otra de ceniza vegetal para que se revuelquen; la ceniza preserva del piojillo. El pienso ha de ser el más apetitoso, poniendo, separadamente, mezcla de trigo con diversas gramíneas y gránulos de harina, que contienen vitaminas y proteínas con sucedáneos de verduras, evitando así que puedan venir fumigadas con insecticidas, lo que podría producir trastornos y la muerte.
  • El principal protagonista en los puestos es el reclamo.
  • Respetar nuestra excelsa naturaleza y a las autoridades cinegéticas.
  • No caer en la codicia de llenar el zurrón ni rivalizar con los compañeros.
  • No disparar hasta que las montaraces lleguen al pie del hacho, canastilla, tanto, pulpitillo, mampostero y otros, según la zona. También debemos disparar cuando la jaula esté de recibo, especialmente los pollicos, que no cortarán al traquío. Hacer las menos carambolas posibles, porque no es infrecuente que alguna quede aleteando, y no agrada a la jaula y menos a los bisoños, que pueden caer en resabios difícilmente corregibles.
  • No recortar los picos si no es absolutamente necesario, ya que el pico que se recorta se atrofia. Para que ellos mismos los mantengan correctamente es bueno instalar en el interior de las jaulas una piedrecita alargada y rugosa. Asimismo, las expresadas jaulas deben llevar un comedero en su interior que, además de contener comida para la jornada, suele invitar a los reclamos a ‘titear’, recurso supremo e infalible que utilizan los buenos perdigones para que entren las patirrojas más escamosas.
  • Al término de cada lance aproximar las víctimas a la jaula, lo que suele alegrar y enardecer al reclamo.
  • En las plazas con laderas pronunciadas poner la jaula arriba, porque de lo contrario suelen arrearse algunos tiros.
  • En cuanto a los neófitos del primer celo, todas las facilidades son pocas. Es ideal alguna hembrica viuda. De la prudencia del cazador dependerá el futuro del bisoño. No ignorar que es fatal errarle los primeros tiros. Desechar la absurda costumbre de tirar a los pollos unos pocos tiros y dejarlos para el siguiente celo; repito que a los perdigones los hace la pólvora bien empleada.

 

(Texto: S. A. M. )

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